Ciudadanías y culturas de resistencia. (Una reflexión retrospectiva)

Un contexto rápido: La cultura no es una acción puntual sino una racionalización que se alimenta y se reproduce desde y en situaciones entrelazadas; un sistema complejo que nada entre la incertidumbre y los entusiasmos, que concilia la funcionalidad con la razón crítica; y también con el conocimiento, con el hábito, con la ética y, por supuesto, con el gozo y la felicidad. Y con los territorios, y con las resistencias, y con los urbanismos, y con las diversidades…Todo esto, trufado por la política y la economía, otorgan a la cultura una dimensión multiforme que parece desconocerse cuando no desestimarse. La cultura es pues un estado que incluye el bienestar físico, emocional, intelectual y social; que construye a una persona y a una sociedad completas y complejas. Posiblemente metacultura.

Añado algo que nos dejó Tolstói: “Sólo los resultados de la cultura son definitivos. Todo lo que por ella y para ella se fabrica en talleres y fábricas, y se vende en los almacenes y en los pasajes comerciales, se fabricará y venderá eternamente para satisfacer las necesidades que creó la cultura” Es interesante apreciar el fondo de esta cita.

Y, permítanme, por favor, citar  también a Victoria Camps en su “Elogio de la duda”: “Pero las doctrinas y las profesiones de fe, las fórmulas y las recetas que ofrecen soluciones son atractivas porque dan seguridad a quien se adhiere a ellas. Evitan tener que pensar”. En otro lugar añade: “La duda inquieta y es aguafiestas”

Pero, parafraseando a Kolher, la cultura nos parece algo regalado. “Dejamos de percibir el mundo en sí para percibir noticias sobre él» . Ya no es tan importante la cultura como tal sino las noticias sobre ella. No hace falta conocer la cultura en su esencia sino lo que se dice de ella, lo que de ella es primicia o sirve para serlo. La cultura se confunde con parte de sus representaciones, con las que interesan en el momento. Y así llegamos a la simpleza de, usemos esa metáfora estupenda, confundir el reloj con el tiempo. 

La reflexión que sigue se refiere a las políticas públicas locales de cultura. Ese ha sido mi campo. A pesar de la situación en la que nos encontramos, en algunos lugares y momentos hay y ha habido vida, por supuesto, no todo es absoluto.  En todo caso es difícil, por no decir imposible, que esto y lo que tantas y tantos reflexionan y publican, llegue a quien tiene que llegar, se interesen y, no digamos, lo lean y deseen, al menos, contrastar. Las políticas públicas locales de cultura están en manos de quien están.

Vamos.

# 1 // Puede que sin un mínimo acercamiento a lo anterior, sobre todo en el espacio público, las pretendidas políticas de cultura se reduzcan al acontecimiento, al utilitarismo de partido y a los brillos del emprendimiento, tres líneas que parecen ser las únicas que le dan valor y sentido. Todo debe remitir a los objetos como relato y a los hechos registrables desde tres variables de medida: la exaltación del espectáculo (muy ostentoso), la pasión por el producto (muy abundante), y el fervor por la propaganda (muy efectista). Ayer mismo alguien dijo por aquí, una visita ilustre, que la cultura, si no da dinero, no es cultura. No puede afirmarse nada más horrible y más triste. Las responsables de las políticas culturales de la ciudad asentían; lamentable. Así estamos. La coartada para la cultura parece haberse anclado en el argumento del desarrollo (¿cuál?) y en el de la riqueza que genera (¿para quién?); su sentido se reduce, desde estos juicios, al mundo de la eventualidad, al de la promoción de las ciudades, al del empleo que crea, y a esa lógica del reparto y la acumulación (también hay acumulación en la “egonomía”) que arrincona valores y significaciones. De sobra está comprobado cuál es el resultado. El desconocimiento se supera, el rechazo ya es más difícil. Quien carece de fundamentos se queda en el resplandor. El resplandor es el órgano atrofiado de la cultura.Y ese resplandor es fácil de medir y de intercambiar.  Pasar a tener consideración por lo pequeño, lo sencillo, en contra de lo que pueda parecer y que señalan las tendencias, supone un salto mental enorme, un salto en la sensibilidad, en la forma de concebirlo todo desde una posición de inteligencia. La cultura molecular es la cultura de lo constante, de lo que ocurre de forma continua, de lo mínimo y lo sencillo. La que no necesita la temporalidad de lo grande ni brillos. En realidad, la que mantiene de verdad todo el sistema. En otras ocasiones he hablado de las culturas tímidas como metáfora.

# 2 // Puede que no sea difícil llegar a la conclusión de que el deterioro actual de la cultura no descansa únicamente sobre su falta de financiación o su consumo, sino sobre todas esas “utilidades” que condicionan sus procesos. No quiero decir con esto que la cultura esté suficientemente financiada, al contrario, sino que requiere de una interpretación más completa, amplia y diversa, y desde estructuras mentales que vayan más allá del llamado sector. ¿Cuándo abandonamos eso que llamábamos “tejido cultural”? Nos ceñimos a una cultura imaginada, mayormente, en y desde los espacios institucionales, por una parte y, por otra, desde su mercado. Al bucear por estas aguas se producen corrientes extrañas. Punto uno: Una amplia cantidad de no profesionales se ven impedidos para desarrollar sus iniciativas sencillamente porque no pueden formar parte (o no quieren, que también los hay) de esta estructura normativizada y normalizada. Punto dos: La denominada gestión cultural fomenta así situaciones perversas a fuerza de establecer controles sobre la producción y distribución según estándares de consumo político-burocráticos. Punto tres: depender del mercado, de las subvenciones y de los repartos la convierte en un bazar más y la vacía. Alcanzar un pensamiento sistémico que pueda enfrentarse a reformas estructurales (y mentales) puede que ofrezca mejores resultados que las socorridas campañas de financiación temporal de la precariedad. «En los cadáveres sólo hay anatomía» . Es una bonita metáfora para acercarnos a lo que ocurre con la cultura local. «…la circulación [de la sangre] hay que verla en individuos vivos porque en los cadáveres no hay circulación». Pocas cosas más certeras para fijarnos en lo que ocurre. La estructura está muerta y el problema de la cultura va más allá, es un asunto del conjunto de la sociedad (el cuerpo vivo) y es necesario preguntarnos y averiguar cómo hemos llegado hasta aquí. Todo esto que nos está sucediendo no tiene únicamente repercusiones económicas en el llamado sector sino que influye en muchos condicionantes para que la ciudadanía acceda y permita que los efectos vayan más allá del número de asistentes, de la cantidad de butacas, de los aforos… Las condiciones de vida influyen directamente en la cultura, en la salud cultural de la población y en la fuerza de su «industria». Puede que no hayamos procurado nuevos usos sociales de la cultura y que haya caído en una dinámica similar a la de esa civilización que hemos querido construir: una civilización útil, productiva, rentable. 

# 3 // Puede que a la cultura la hayamos traído nosotras y nosotros hasta donde está, no nos olvidemos, no hagamos como si todo hubiese venido de la nada, de “los otros”. Y cuando ese problema parte del interior es difícil identificarlo. Guiada desde la racionalidad gestora, desde la contabilidad, desde la calculadora, desde el inevitable modelo productivo, desde la marca, desde ciertos indicadores…  En la cultura se han hecho demasiadas concesiones. Concesiones que han marcado la ruta. El germen está dentro y hemos generado problemas orgánicos que ahora pesan. Sólo hace falta saber si se saldrá de esto, si se sabrá neutralizar la obsesión desarrollista y recuperar su sentido social: La cultura básica, la cultura molecular. Avanzamos, ni soy optimista ni lo quiero ser, hacia un modelo socioeconómico, hacia unas condiciones de la población muy graves que van a provocar una evidente desigualdad. En ese escenario no podemos mantener de ningún modo un modelo de cultura de oferta (¿Cuántas empresas culturales caben en este modelo de competencia capitalista?) Ni por supuesto de consumo (¿Quién va a tener posibilidades de compra?) Ni siquiera de acceso (¿Qué necesidad siente la ciudadanía sobre la cultura?). Hace tiempo que vengo diciendo que los campos de batalla de la cultura no están en los teatros ni en las librerías, que, por desgracia, están en los medios, en los bancos… si me apuran, hasta en las grandes constructoras. Hemos empujado a las políticas locales de cultura a la simplicidad y linealidad de producto. La complejidad del sistema la hemos reducido, si acaso, a una oferta variada que poco refleja la realidad de una sociedad como la que tenemos. Todo está pensado para administrar ciertos contenidos. Las políticas locales de cultura se mueven en narrativas incompletas; la dejan a merced, demasiadas veces, de ocurrencias, filias y fobias de la autoridad de turno. Resultado: una especie de “intrusismo alterno” (la cultura es un complemento glamuroso que sienta bien a los trajes de la política) que pone fomenta la “gestión de la ocurrencia”. La cultura como referencia social puede convertirse en una caja de resonancia de lo que ocurre en la esencia de la ciudadanía y con ello, en un radar, una referencia para políticas públicas locales más allá de las meras culturales. 

 # 4 // Puede que así nos encontremos con otras precariedades, no solo la precariedad del sector (que no es poca) sino la que surge en el mismo núcleo de la cultura, en su esencia, en su fundamento: identidad, resistencia, comunidad, inclusión, espacio público, redes, territorio, cuidados, creatividad, prácticas sociales, visibilidad, experiencias cotidianas… Aunque, a decir verdad, también nos podemos preguntar si se considera que la cultura es un proyecto, y más allá, si es un proyecto político; parece que no. Lo cierto es que los espacios para la cultura más allá de los que responden a una interpretación de mercadotecnia, son considerados como un quebradero de cabeza, como algo con cierta peligrosidad. Nada nuevo por cierto: se bloquean los espacios que interpelan. La cultura sin mercancía (la cultura molecular) es vista con sospecha como poco. Jordi Costa en su “Cómo acabar con la contracultura” y en el capítulo “Una vez al año, ser hippy no hace daño” hace un estupendo repaso a lo que sucedió con ese movimiento. Es fantástico, léanlo y hagan ustedes una comparación con las culturas comunitarias en la actualidad (cultura de base la llamábamos entonces), seguro que les sonará. Nada ha cambiado en ciertas mentes, en ciertas formas que, para desgracia, vuelven (quizá es que nunca se fueron). ¿Podrían crearse para la cultura zonas temporalmente autónomas? La sumisión ha provocado la atrofia de muchas de las capacidades ciudadanas y personales para desarrollar procesos abiertos y propios. Se trata de simplificar la cultura “por nuestro bien”. Para que podamos acercarnos a ella sin problemas ni sobresaltos. Y también por el bien de quien vive de ella (eso dicen), para que tengan la seguridad de que van a vender lo producido. Si entre todo esto hay, en algún caso, un mínimo interés de revisión, no es para imaginar nuevos futuros sino para replicar un más de lo mismo. El lenguaje con el que se decora la cultura no es sino una degradación de esas políticas intrusas que enmascaran esa necesidad de emancipación. Es más, todo el entramado creativo y crítico de la cultura se ha utilizado estupendamente desde la empresa para reforzar y “dignificar” la precariedad, provisionalidad y riesgo que el capitalismo requiere en este momento; la cultura ha conseguido blanquearlo. Si su idea de educación es la de «preparar para lo que demanda la empresa», en cultura la idea no va más allá de ese circuito. Todo lo que ha sucedido en este tiempo debería de haber servido para reformular la cultura desde una visión de raíz, radical, y sobre todo experimental y fuera de esas limitaciones que la cercan. Pero una de las especialidades de estas políticas intrusas es la capacidad de convertir los discursos en lugares comunes, en reproducir conceptos y vaciarlos. Discursos que ni siquiera se adornan con ideas propias y que se limitan a lo que han oído. Cuando se intenta ir más allá, cuando se reclama alguna profundización, alguna propuesta concreta la huida hacia adelante es la respuesta. No puede ser de otro modo cuando, en realidad, no hay nada de fondo. Respuestas que van adornadas con las consabidas maravillas que la cultura trae a nuestra economía. Nada de reflexionar sobre la complejidad ni de imaginar otros caminos. Las políticas intrusas no admiten lo que no pertenece a su modelo feudal. Lamentable es que haya mínima respuesta por parte de ese llamado sector y nulo por parte de la ciudadanía. Y grave es que tras esas políticas de arrastre, después de arrasar, la recuperación es difícil, muy difícil. La costumbre a los atropellos y al desprecio.

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